junio 18, 2007

Padres

Mi día del padre empezó a las 12am.

A esa hora a algún idiota se le ocurrió soltar una andanada de fuegos artificiales y mis hijos se despertarón. Ana se mudó a nuestra cama y a Jorge lo tuvimos que pasear un buen rato para dormirlo. A las 5am despertó otra vez para pedirnos un tetero. Ahí nos dimos cuenta de que Ana se habia hecho pipi en nuestra cama y que nadabamos en un mar de ya saben qué.

Traer a Jorge con su mamá y hacer el tetero. Cambiar a Ana y llevarla a su cama. Arrinconarnos en el rinconcito seco de la cama y esperar el nuevo día.

El infierno ¿verdad?

Pues no.

No les comenté de la sonrisa luminosa de Jorge cuando lo alcé de su cuna, como si lo hubiera rescatado de Dios sabe que o de Ana abrazandome dormida y musitando te quiero papá.

Eso ya convierte todo en paraiso.

Creo que el mejor regalo que puedo haberle hecho a mi padre ayer fué abrazarlo y decirle: Ahora te entiendo.

El solo sonrió y no me dijo nada.

Ya estamos ambos en la misma orilla.

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